viernes, 8 de junio de 2018

4ª SINGLADURA "PAPAYA" DE LA MATINADA

Amaneció el día con dudas de bondad, pero a las diez tocadas vergonzoso sol alumbró la mar que hizo recatar y acompañó rizada, más el céfiro vientecillo que Eolo regaló, la jornada convirtió para embarcar ideal, y aventura una vez más abordar con la ilusión del Jardín de Hespérides hallar.


Como de costumbre, convocada fue la marinería a las 10:45 en Capitanía del Port, y justo pasada la media de las once, apareció alegre dotación de argonautas acompañando a Francesc para su bautismo de mar realizar, y también sus padrinos con nueva confirmación festejar.

La nao capitana Papaya del inolvidable patrón Siscu fundador de nuestras singladuras
Cumpliendo las ordenanzas, cual flota de Argos distribuyéronse las tripulaciones, dejando así constancia en los archivos de la muy noble y entregada cofradía La Matinada: en la capitana Papaya, embarcáronse
Carlos y Abel, con la pluriempleada madre-monitora-directora (y también ama de casa como demás monitoras), Jùlia; en nao Digniti se enrolaron Cristian, Gemma, Cristina, con la monitora Maricarmen; siguió el bajel Ashaluce ayudando en la navegación, Francesc, María Cinta, Albert y Joel; y acompañó en conserva el Ñeque con alistamiento de Enric, Tania, Alex, y Gea, feliz con su mamá-monitora Flori.

La nao Digniti que embarcó a Cristian, Gemma, Cristina y la monitora M.Carmen
Con buena mar, a hora meridiana zarpó el Papaya bien gobernado  arrumbando a  Baixa Mar, siguió a distancia adecuada para evitar colisiones el resto de la escuadra; sin tardar, los navegantes iniciaron prácticas de radio, hasta que rara y aguda voz con dejo extraño difícil de identificar, la explosiva risa de Tania hizo estallar, y en divertida juerga la clase transformar.

Enric y Tania
De regreso a puerto, aviso del Ashaluce se recibió, que su motor, cual si de terco mulo se tratara, en huelga se declaró, y con humeante humo bostezó que al barco sin propulsión dejó; acudieron prestos argonautas de la embarcación que cerca se encontraba, y como los servicios del puerto colapsados se hallaban, tuvieron que remolcar, siendo solo la diversión de la tripulación digna de mención.

El Ashaluce a la deriva con Francesc, María Cinta, Albert y Joel
Siguió en tierra alegría para festejar el bautismo, y con modesta cuchipanda transcurrió a base de aceitunas y papas fritas, regado, a falta de ron, con sana bebida que parece gustó por cuantas veces se insistió, y la oficialidad, acostumbrada ella a privilegios, birras, cava degustó, ¡y pardiez que gustó!; si  comedida asistió, el abstemio se ausentó.

Alex, Gea y la mamá-monitora Flori
Por la hora y apetito que el aperitivo en marinería despertó, llegó la despedida, conjurándose que  con excusa de onomástica o cumpleaños inexistentes, voluntarias damas prepararán puchero* de chocolate, y otros acudirán a fábrica de churros con que merendar, y cofradía La Matinada, sine die,  (sine disculpa también), chocolatada con alegría degustará.

Para no olvidar, esta imagen en la mente necesario es grabar
Otro feliz día que a tan insignificante colaboración, corresponde un piélago de amigables y alegres momentos que nos hace esperar con ilusión (D.m.),  la próxima 5ª singladura.

Alex


Enric y Tania

El faro visto desde la mar


 "También entre los pucheros anda el Señor". Sta. Teresa

lunes, 16 de abril de 2018

EL ALMIRANTE CERVERA


       Contra la vergonzosa ignorancia o maquiavélico asesoramiento de la alcaldesa Colau.


Cuba 98: ni barcos ni honra.







Cuba 98: ni barcos ni honra
Ante el próximo aniversario del desastre del 98 –el año que viene se cumplirán 120 años–, recuperamos un texto ya clásico de Arturo Pérez-Reverte publicado en el centenario de la guerra de Cuba.
“Salga V.E. inmediatamente” (le ordenaron al almirante Cervera), fue la última y escueta orden oficial. Después, por supuesto, todos se lavaron las manos y nadie fue responsable de nada, como ocurre y ocurrirá siempre en este país desgraciado: ni el gobierno timorato y débil, ni los generales y almirantes que callaron por no comprometer su carrera, ni la prensa demagógica y bocazas que durante meses enardeció los ánimos y empujó a los políticos a tomar decisiones en las que no creían. Después, cuando las viudas y los huérfanos preguntaron el porqué de aquella carnicería estúpida, todos miraron hacia otra parte o plantearon vagos lugares comunes sobre la patria, la honra y la bandera. Una vez cometidos, durante largos años, todos los errores y torpezas imaginables en lo que a España le quedaba de colonias ultramarinas, sólo quedaba por determinar el lugar exacto donde rubricar el desastre. Y el lugar acababa de ser elegido: Santiago de Cuba. Aquel 2 de junio de 1898, ellos, los marinos españoles bloqueados en el puerto por la potente escuadra norteamericana, sin el armamento adecuado y sin carbón para las máquinas, recibían la orden de hacerse a la mar a toda costa, en sus buques de madera frente a los acorazados de acero yanquis. La isla estaba a punto de perderse y la flota bloqueada podía caer en manos enemigas en el mismo puerto. Así que, ignorando la sugerencia de volar los barcos y hacer que las dotaciones combatieran en tierra, desde Madrid y desde la Habana se les ordenó salir al día siguiente y ofrecer combate, sabiendo bien que los mandaban de cabeza al desastre.
"El almirante Cervera y los comandantes de su escuadra eran profesionales veteranos y no se hacían ilusiones. Sabían que no podían ganar."
Porque la desproporción de fuerzas era abrumadora: tres cruceros (Infanta María Teresa, Oquendo, Vizcaya) con débil blindaje, un crucero (Cristóbal Colón) que con improvisación muy española de entonces, y de siempre, había zarpado de Cádiz sin tiempo para que le montaran la artillería gruesa, y dos modernos y frágiles destructores contratorpederos (Furor, Plutón), por completo vulnerables a las bocas de fuego de la escuadra norteamericana mandada por el almirante Sampson: cuatro potentes acorazados (Indiana, Oregon, Iowa, Texas), dos cruceros acorazados (Brooklyn, New York) y un navío ligero (Gloucester), sin contar buques auxiliares y transportes, blindados los cuatro primeros con planchas de acero de casi medio metro de espesor y cañones de 330, 305 y 203 mm.: artillería pesada que que sumaba, entre todos, 52 bocas de fuego de grueso calibre frente a las seis piezas grandes que sumaban los barcos españoles, piezas cuyo calibre máximo era de 280 mm. Aquello, resumiendo, iba a ser para los norteamericanos un simple ejercicio de tiro al blanco; y Pascual Cervera, el almirante español, había intentado disuadir de semejante locura al gobierno de la nación. Pero la guerra es fácil vivirla desde el velador de un café, en Madrid reinaba un momento de exaltación patriótica. Así que se le recordó a Cervera aquello de don Casto Méndez Nuñez cuando el bombardeo de los fuertes del Callao: que más valía honra sin barcos, que barcos sin honra.
El almirante Cervera y los comandantes de su escuadra eran profesionales veteranos y no se hacían ilusiones. Sabían que no podían ganar; y la noche anterior a la salida, en la última reunión de oficiales, éstos se habían estrechado las manos, despidiéndose unos de otros. Iban al suicidio irremisible, pero las órdenes no admitían réplica. Así que no quedaba otra que calentar calderas y hacerse a la mar. En tales condiciones, sólo había una doble táctica posible: salir del puerto forzando el bloqueo norteamericano, abrirse paso a cañonazos y tratar de escapar forzando máquinas, en la única esperanza de que, saliendo de improviso, los norteamericanos no tuvieran tiempo de calentar las suyas; y, en caso de no poder escapar, acortar distancias quien pudiera y pelear de cerca, intentando suplir así la diferencia de alcances y calibres. Sobre si el anciano almirante albergaba o no dudas respecto al desenlace de aquella locura, nos aporta un preciso dato el hecho de que, desde el primer momento, fue guardando cuidadosamente todos los partes con las órdenes recibidas y sus propias objeciones y protestas, y antes de zarpar las remitió al arzobisbo de Santiago. Saliera vivo o muerto de aquella, no quería que en Madrid arrastrasen su honor y su nombre por el suelo. A fin de cuentas don Pascual era español, y sabía que cuando todo se fuera al diablo y la prensa bramara, y los ministros y los almirantes de Madrid se quitaran de en medio como de costumbre, eludiendo responsabilidades, todos iban a buscar una cabeza de turco en la que justificar los platos rotos. Como así fue, en efecto; aunque toda aquella documentación le permitió salvar luego la faz y la carrera ante el consejo de guerra que, como era de esperar, le organizaron a su regreso del cautiverio.
"De esa forma se estableció lo que sería el mapa de la tragedia: los buques españoles queriendo ganar distancia corriendo la costa, y la escuadra norteamericana navegando mar adentro, paralela a la derrota de éstos, cañoneándolos de lejos y a placer."
De ese modo, en la mañana de aquel negro 3 de julio, con buen tiempo y mar en calma, el Infanta María Teresa, buque insignia de la escuadra española, izó la bandera de combate y pasó por delante de los otros cruceros, que hicieron los honores de ordenanza al primero de ellos que iba al sacrificio. A bordo, en sus puestos, los pobres y leales marineros e infantes de marina, que ignoraban el dramático alcance de la situación y hartos del bloqueo deseaban de veras salir a pelear, empezaron a barruntar en el ambiente lo que les aguardaba allá afuera. El silencio a bordo se hizo mortal. A las 9,30 dobló el Teresa (capitán de navío Concas) el bajo del Diamante y salió a mar abierto, observado por la multitud que se había congregado en los fuertes del Morro y Socapa para ver el combate. El almirante Cervera estaba en el puente, los artilleros listos para disparar sus piezas desprotegidas de blindaje, expuestas al fuego enemigo. El plan era que el buque insignia intentaría atraer los fuegos de la escuadra enemiga mientras los otros cruceros y contratorpederos intentaban forzar la suerte navegando a lo largo de la costa como se corre a lo largo de una galería de tiro. Así que los artilleros del Teresa abrieron fuego con la segunda batería de cubierta, y ese fue el primer disparo de la batalla.
El buque norteamericano más próximo era el crucero Brooklyn, y hacia él ordenó el comandante Concas poner proa, intentando embestirlo. Pero viró el Brooklyn en ese momento, metiendo sobre estribor, y descargó una andanada con las piezas de popa, viéndose de inmediato el Teresa bajo el fuego de toda la artillería enemiga. Ante la enormidad del castigo y resultando imposible acercarse más a los norteamericanos, que lo cañoneaban de lejos, el Teresa arrumbó al oeste intentando alejarse a lo largo de la costa, y de esa forma se estableció lo que sería el mapa de la tragedia: los buques españoles queriendo ganar distancia corriendo la costa, y la escuadra norteamericana navegando mar adentro, paralela a la derrota de éstos, cañoneándolos de lejos y a placer.
"Desde sus observatorios privilegiados en tierra firme, los aterrados testigos de la carnicería vieron como, a pesar de lo que estaba ocurriendo allá afuera, los barcos españoles seguían saliendo impávidos por la bocana."
Porque ya eran dos. En cumplimiento de las órdenes recibidas, con la marinería apretando los dientes tras sus inútiles cañones, los fogoneros paleando carbón en el infierno de sus calderas —aunque eran una trampa mortal, no hubo deserciones de fogoneros durante el combate— y los oficiales resueltos y sin esperanza en los puentes de mando, los buques españoles seguían saliendo por la bocana uno tras otro: diez minutos después del Teresa, el Vizcaya salía a mar abierto y los norteamericanos dividieron sus fuegos. A esas alturas, el María Teresa ya tenía la cubierta sembrada de cadáveres, estaba en llamas, destrozadas las chimeneas, los puentes y la superestructura, disminuía su andar, y tenía a todos los hombres del puente muertos o heridos. Bajaron al comandante Concas a la enfermería y tomó el mando el almirante Cervera, también herido, decidiendo meter sobre estribor para embarrancar el buque en la costa y que no fuese capturado por el enemigo; y así se hizo a las 10,15, siempre bajo intenso fuego norteamericano, tras haber navegado cinco desesperadas millas hacia el oeste.
En cuanto al Vizcaya, aprovechando que los cañones enemigos aún se cebaban en el Teresa, se lanzó —siguiendo las órdenes recibidas— a toda máquina hacia el oeste, intentando romper el cerco y alejarse de la escuadra norteamericana; pero el mal estado de sus máquinas y los fondos sucios le impedían desarrollar el andar suficiente, y cuantos iban a bordo comprendieron que no escaparían a su destino: pronto los acorazados norteamericanos, dejando al agonizante Teresa, empezaron a centrar su tiro sobre el nuevo crucero.
Pero ya había un tercer protagonista del drama. Desde sus observatorios privilegiados en tierra firme, los aterrados testigos de la carnicería vieron como, a pesar de lo que estaba ocurriendo allá afuera, los barcos españoles seguían saliendo impávidos por la bocana. Era el turno del Cristóbal Colón. Desprovisto de artillería pesada, este buque sólo podía confiar en la potencia de sus máquinas; y de ese modo, pasando bajo el fuego de los acorazados próximos, se lanzó tras la estela de su hermano el Vizcaya, que se alejaba barajando la costa.
"La costa era ya una sucesión de buques embarrancados y en llamas, de cientos de hombres ensangrentados que intentaban ganar la costa a nado o se hacinaban heridos en las playas y sobre los arrecifes."
Hubo una pausa, y pareció que todo terminaba allí. Pero de pronto, y ante los incrédulos ojos de cuantos presenciaban la tragedia, un nuevo crucero español apareció entre El Morro y Socapa, con el pabellón de combate izado. Era el Oquendo, y desde el momento de su salida quedó sellada su suerte: lo hizo bajo el fuego continuo y devastador de los acorazados Oregon Iowa, y a pesar de ello dobló el bajo del Diamante maniobrando con increíble sangre fría entre los piques, columnas de agua e impactos de la artillería pesada norteamericana, en una de las más impecables faenas marineras que registran los anales de la marina militar española. A pesar de saberse perdido de antemano, el crucero español devolvió fuego por fuego, observando impotente la dotación cómo sus proyectiles apenas arañaban los blindajes norteamericanos. Desesperadamente intentó forzar máquinas, pasó muy cerca del Teresa cuando éste iba ya a encallar en la costa, y destrozado, con todo el costado de babor ardiendo, un último y sólo cañón disparando hasta que todas las torres enmudecieron, sin chimeneas y con 126 muertos a bordo —incluido el propio comandante Lazaga, su segundo, su tercero y los tres tenientes de navío más antiguos—, fue a embarrancar a toda máquina en la costa, una milla más al oeste de su buque almirante.
La costa era ya una sucesión de buques embarrancados y en llamas, de cientos de hombres ensangrentados que intentaban ganar la costa a nado o se hacinaban heridos en las playas y sobre los arrecifes, cuando una nueva silueta gris se destacó en la bocana, y tras ella aún siguió otra: salían los últimos dos barcos de la escuadra, los destructores contratorpederos Furor Plutón, cuyas órdenes incluían acompañar a los mayores y ponerse a sotafuego de éstos hasta que, merced a su andar, lograran escapar a toda máquina; pues sus endebles estructuras y armamento nada podían contra los acorazados enemigos: bastaba un solo cañonazo para partirlos en dos. Se ignoran las causas del retraso, que los dejaba expuestos sin la menor esperanza al fuego enemigo; pero el hecho es que, a la hora de salir, lo hicieron solos, uno tras otro, navegando valerosamente a toda máquina, frágiles y patéticos entre el zumbido de las granadas y el impacto de los proyectiles, siendo destrozados en el acto por los buques menores norteamericanos y la artillería de tiro rápido del Indiana. Se fue a pique el Furor con su comandante muerto en el puente (capitán de navío Villaamil), y embarrancó en la costa el Plutón (teniente de navío Vázquez), arrasados ambos de proa a popa por el fuego enemigo, y con uno de cada tres hombres de las dotaciones muerto en su puesto de combate.
Aún seguían a flote dos cruceros españoles, perseguidos por la jauría de acorazados yanquis. El Vizcaya continuaba su desesperada navegación hacia el oeste, vueltos ya hacia él casi todos los cañones de la escuadra norteamericana. Lo seguía a poca distancia el Cristóbal Colón, y los dos intentaban, como lo habían intentado sus compañeros, navegar corriendo la costa para escapar al fuego enemigo. Sus cañones, aunque el porcentaje de impactos en el adversario fue mayor por parte de los artilleros españoles, seguían sin hacer mella en los blindajes norteamericanos. En cambio, las devastadoras andanadas del adversario les mataban a los marineros en las mismas piezas, incendiaban las maderas, hacían saltar torres y superestructuras. Aquello ya no podía durar. Daban caza implacable el Brooklyn, el Texas, el Iowa y el Oregon, así como el buque insignia New York, alejado al principio e incorporado a mitad del combate. El Colón, que pese a no llevar artillería pesada era el buque más rápido de la escuadra española, consiguió adelantarse mientras sus tripulantes, angustiados, veían quedar por el través y luego atrás al infortunado Vizcaya, más lento, al que el desesperado esfuerzo de sus fogoneros, paleando carbón como condenados, no bastaba para darle el andar necesario. De ese modo, el Vizcaya fue quedando abandonado a su suerte, bajo el fuego de todas las unidades enemigas. Pero se batió bien, con el coraje de la desesperación, hasta el final. Viendo su comandante (capitán de navío Eulate) que era imposible proseguir, con cuatro oficiales muertos y el barco ya en llamas, los ascensores de la munición de las torres inutilizados y sin poder sostener el fuego artillero más que unos pocos minutos más, ordenó caer bruscamente a babor sobre el Brooklyn, que era el enemigo más cercano, a fin de acortar distancias y embestirlo para arrastrarlo consigo al fondo del mar. Pero se lo impidieron los fuegos concentrados del Oregon y el Iowa, que se interpusieron, obligando al Vizcaya a caer de nuevo a estribor, embarrancando sobre las 11,30 de la mañana unas quince millas al oeste de Santiago, en Aserraderos, ardiendo y sin arriar la bandera.
"Así fue como acabó todo, y como el pabellón español dejó de ondear en un mar que había sido suyo durante cuatro siglos."
Quedaba el último, el Cristóbal Colón (capitán de navío Díaz Moreu), que había pasado junto a la costa jalonada por los compañeros en llamas, peleando con su inútil artillería de mediano y pequeño calibre, y ahora navegaba seis millas adelante, a toda máquina, aún con la esperanza de dejar atrás a sus perseguidores. Y lo cierto es que, de la escuadra española, fue el único que realmente estuvo aquel día a punto de conseguirlo. Pero la jornada iba a ser fatal para todos, y cuando ya se creían fuera de peligro, el maquinista mayor del Colón subió al puente a comunicar al comandante que el carbón bueno se había acabado, y que el que ahora estaban usando reducía en tres nudos la velocidad. Con la muerte en el alma, el comandante Moreu comprobó que, en efecto, las máquinas perdían potencia y la escuadra norteamericana acortaba distancias dándole caza sin remedio. Le disparaban desde lejos, y el Colón, desprovisto de su artillería pesada de popa, solo podía combatir de cerca con piezas ligeras y atravesándose a los adversarios, lo que significaba renunciar a la maniobra y ofrecer más blanco al enemigo. Según reconoció el propio almirante Sampson más tarde en el parte oficial de la escuadra victoriosa, para el comandante del navío español quedarse en alta mar significaba ser capturado, y ya el Oregon procuraba interponerse entre él y la costa. Como los buques españoles no llevaban botes de salvamento, abrir los grifos de fondo y hundirlo allí significaba para Moreu la muerte de casi toda la tripulación, que era de 500 hombres. De modo que ordenó maniobrar para eludir al Oregon, y luego arrojó el navío a toda máquina contra la costa tras haber navegado 48 millas, abrió las válvulas, inundó el buque y arrió la bandera.
Así fue como acabó todo, y como el pabellón español dejó de ondear en un mar que había sido suyo durante cuatro siglos. Cesó entonces el fuego norteamericano, pues ya no había contra quién disparar. Eran las 13,30 de la tarde. Aunque el tiro de los artilleros españoles había sido continuo y preciso durante las cuatro horas de combate —el Brooklyn recibió 41 impactos del Teresa y del Vizcaya— los norteamericanos, protegidos tras sus blindajes y sus cañones de largo alcance, no tuvieron más que un muerto, dos heridos y nueve contusos, en lo que para ellos fue un cómodo ejercicio de impune tiro al blanco. Pero en el fondo del mar, en los barcos en llamas y en las playas ensangrentadas, había 323 españoles muertos y 151 gravemente heridos: uno de cada cuatro hombres de la escuadra del almirante Cervera.
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Era tarde de domingo. A la misma hora que los supervivientes españoles eran capturados por los buques norteamericanos, agonizaban en las playas o se abrían penosamente paso por la selva para intentar llegar a Santiago y seguir combatiendo en tierra, en Madrid lucía un sol espléndido y la gente, incluidos algunos miembros del gobierno, se divertía en los toros. Según cuenta Francos Rodríguez: “Asistió gran cantidad de público y hubo dos corridas, una en la plaza de Madrid y otra en Carabanchel. Ambas con resultado feliz”.
Años después, Miguel de Unamuno escribiría: “Cuando en España se habla de cosas de honor, un hombre sencillamente honrado tiene que echarse a temblar”.
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miércoles, 13 de diciembre de 2017

BANDERAS DE DESCORTESÍA

La bandera es un trozo de tela, generalmente rectangular, cuadra o triangular, que se utiliza como adorno en las festividades y que sirve también, aunque en desuso por la tecnología, para hacer señales en los buques y en la costa desde los semáforos (sistemas de señales ópticas y de banderas).


Faro antiguo de Camariñas. Costa Da Morte
No deja de ser un tejido que al incluir colores, bordados, o dibujos, representa los valores de una nación, conjunto de países, o simplemente de un club. Es obvio que su importancia no viene dada por su valor material sino por lo que simboliza, y por ello, guste o no, más o menos, merece el respeto de toda persona bien educada; norma fundamental para la convivencia cívica en la sociedad, y en nuestro caso entre vecinos de pantalán.



En Europa, el uso de banderas como representación de un país, tienen casi todas su origen en el siglo XV, de la edad moderna, en la que el orden feudal (nobleza y clero), fue sustituido por el de Estado-Nación. En las marinas, con anterioridad, además del pabellón,  las había para otras funciones. Variados eran los modelos y usos de ellas: bandera de llamada para avisar a la tripulación que se zarpaba; de pagamento mientras duraba el pago las dotaciones;  partenza usada en las galeras cuando se disponía a salir de puerto; la de pedir práctico o sanidad; la de transporte de pólvora (actualmente de explosivos); de rentas que hoy equivaldría a la de Hacienda; de petición de plática o sanidad; de salida, que usan los mercantes para avisar a la dotación; de sangre (roja), que izaban los piratas significando su propósito de batirse hasta el último momento; la de señal que avisaba inicio de señales; morrón de socorro que se enrollaba con filásticas en señal de pedir auxilio; negra que usaban los piratas indicando que no daban cuartel; neutral indicando que un navío no participaba en la guerra; supuesta o engañosa, que izaban barcos de guerra diferente a la suya para esconder su verdadera nacionalidad (a esto se llama disfrazar la bandera); luto, a media asta o con un crespón negro en el pabellón; de  conveniencia, muy utilizada ahora; además, actualmente las distintas banderas del Código Internacional, y muchas otras con diferentes significados. 



Es indiscutible que las banderas gozan de una importancia según lo que represente, y aún en el caso de que haya quien no se sienta identificado con sus colores, debe respetarlas, no sólo por imperativo de la ley, sino por educación y consideración al prójimo. En los buques y embarcaciones existe normativa que regula su uso, bien sea en buques de la armada, mercantes, pesqueros, o deportivos (Banderas y pabellones, los buenos usos y cotumbres), y otros aspectos de protocolo con relación al país, comunidad, aguas de navegación., etc. Normas que generalmente están basadas en conductas de buena educación, pero que en ocasiones se observan irregularidades en su utilización: no izarlas navegando; pabellón de un tamaño minúsculo, muy inferior a  otras enarboladas; colocadas en lugares inapropiados, o sin orden de protocolo; sucias, deterioradas o izado con otras improcedentes. Normas reguladas por las leyes para embarcaciones en puerto, fondeadas, o navegando, que Generalmente no se cumplen por desconocimiento de la norma, por indiferencia, y también en no pocas ocasiones, en nuestro país, por intencionadas actitudes irrespetuosas. 

Un ejemplo de lo que significa para muchas personas el pabellón de la nación es su defensa por el infante de marina Martín Álvarez, suceso acaecido en la lamentable y triste batalla de San Vicente, donde el coraje y valentía de unos hizo menos amarga la derrota por la cobardía de otros.
Desconozco si ha existido alguna bandera que su uso fuera el de ofender al enemigo, y mucho menos al amigo o vecino de amarre. Al igual que existe la bandera de cortesía, como es el izado del país o comunidad que visitas, hoy existen de descortesía, porque descortés es que un vecino te ice una bandera claramente identificada con una ideología política, que no une, sino separa, y  por su ostentoso tamaño está haciendo alarde  de su credo sin tener en consideración a aquellos, que por su condición apolítica, u otros que por no coincidir con esa ideología  les  supone molestia o agravio, y por educación, o temor a roces innecesarios, se ven obligados a soportar izados,  idílicos estandartes para aquellos, y prosaicos para estos; formas de ver según el cristal con que se mira, todas respetables, cuando no se pavonea de ellas. El inmoderado y excesivo aprecio de una persona a sí misma por sus ideas, que atiende desmedidamente al propio interés sin tener en cuenta el de los demás, es una muestra de descortesía, en esta ocasión hacia los vecinos del puerto. Esto, lamentablemente sucede hoy, pero no es nuevo: las malas formas y buena educación nunca han sido maridaje.











martes, 22 de agosto de 2017

DONDE LA RAZÓN Y LA PASIÓN SE ENCUENTRAN




A todos los cofrades, todos de buena voluntad, porque si de mala los hubiere como tales no lo serían. Cuando menos es la consideración de quien,  sin ningún especial interés, hace de administrador.

Este grupo de wasap se hizo inicialmente para comunicar todos los temas relacionados con las regatas de la asociación Regatestorre.  Como había intervenciones sin mala intención con temas triviales que desviaban la atención inicial de las regatas, y a raíz de quejas que no se hacían públicas, decidí crear otro “Avisos Regatestorre”, y mantener el que nos ocupa con la línea que había tomado, pero siempre sobre temas navales, y también como medio para ampliar comentarios sobre nuestras regatas. Hasta ahora, así seguía con alguna pequeña  excepción.

Hace unos día, a raíz de los graves crímenes cometidos por fanáticos islamistas, que tanto ha afectado a la gente de buena voluntad, este medio ha sido  fuente de opiniones apasionadas, y en ocasiones vehementes, que a otros les puede parecer, desde su punto de vista,  que fomentan el odio y la intolerancia, y también por otros temas banales que se han subido. Yo estoy convencido, porque conozco personalmente a las personas, que si bien banalidades puede que así se puedan percibir, no lo son para quien las publica, y que cada cual tenga la consideración,  o no, que proceda; en cuanto a la intencionalidad de fomentar odio e intolerancia no lo creo. Todo lo que se ha escrito y publicado, con más o menos acierto, guste o no guste, es real, y no creo que la intención sea incitar al odio.

Se han dado de baja por los motivos que he indicado personas que lamento lo hayan hecho. Si hubiera sido por no tener interés en temas triviales que no les aportan nada, no me importaría, y lo comprendería, pero es lamentable que puedan quedar resentimientos entre amigos.

Voy a publicar este comentario en amicorumnautorum.blogspot.com.es.  Allí se puede responder anónimamente, lo que se desee, con la única limitación de la educación y respeto al prójimo, común en nuestra cofradía, y puede ser aclaratorio para algunos exponiendo lo que callan  por los motivos que cada cual tenga, y no refutan los comentarios con los que no están de acuerdo. 

El único deseo es que continuemos con este grupo y procuremos no apartarnos de su fin: fomentar la amistad en el entorno de nuestra afición común, la mar.

Un abrazo



jueves, 17 de agosto de 2017

XIRINGUITO DE LA PLAYA SAN JORDI, DONDE RECOMENDABLE NO ES PARA QUEDARSE SIN COMER



En la era cuaternaria ( o por ahí, más o menos), hubo esos movimientos geofísicos, que una vez asentados dejaron un paradisíaco lugar. Después del Homo sapiens, pasaron los íberos, celtas, griegos, romanos, moros, y  franceses, que pese a las broncas que mediaron incrementó su belleza con la construcción, después destrucción y más tarde rehabilitación, de una pequeña fortaleza; el castillo de Sant Jordi. 

Posteriormente llegó una nueva invasión: el turismo con su variedad dominguera. Buena gente en general en un playero ambiente donde parecen encontrarse a gusto por la cara de placer que muestran adentrándose en el agua (puede que por refrescarse o liberar un apretón).

La Cruz Roja con el progreso llegó. También alquiladores de toboganes flotantes o bicicletas náuticas, y para la jornada acomodar duchas y WC,  como el quiosco, bar, o chiringuito que tampoco faltó, de los pocos autorizados (manda güiwols), que lamentablemente caen en manos de raros personajes. 

Así evolucionando fue, y pese a las diferentes invasiones, sin perder su peculiar belleza, con modernismo , a nuestros días llegó, salvo ese chiringuito que del siglo de oro parece resucitó, no por su riqueza artística,  literaria,  culinaria, empatía o buen ambiente de esa época, sino por recordar a la venta que frecuentó El Caballero de la Triste Figura, donde abundaban las sorpresas, encantamientos, licenciados, curas, hidalgos, pícaros, truhanes,  y otras muchas cosas dignas de saberse, casi todas con humor, y en el caso que nos ocupa de no entenderse, y como si se tratara de un suceso, allí acaecido del S. XVI, a continuación relatamos como mejor podemos  para poner en aviso a quienes con buena intención allí acudieren. 



CAPITULO MMXVII DEL LIBRO DE LAS DESDICHAS 
  
Donde se narra los acontecimientos de tres amigos que en busca de cuchipanda, sin saber el porqué, casi salen cuchileados. 

Acercáronse en ocasión a un paradisiaco lugar, con motivo que no viene al caso, tres amigos: el más pequeño, espabilado niño de cinco años, acompañado por su padre, joven de origen teutón que habiendo conocido en otras andaduras el lugar le hizo ilusión aprovechar su asueto para con su hijo disfrutar de ese bello paraje; y el último de los tres, tan solo por su edad, que es deseo alargue lo posible la Providencia, un respetable caminante que hacía en la ocasión de acompañante. 

En tan pintoresco refugio de la mar, hallábase un extraño mesón diferente al de otros lares, y en aquellas tierras conocido como xiringuito. Pidieron para comer, pero la que creíamos hija del mesonero respondió en esa ocasión amablemente que hasta pasada una hora del medio día no se servía vianda, pero sí bebida. Por ello acordaron tomar unas jarras, y a continuación padre e hijo refrescarse dándose un baño en esa costa mediterránea. Mientras, el anciano esperó a la sombra de la techumbre pasando el rato leyendo, no libros de caballerías, sino especie de panfletos de grandes hojas difícil de doblar con la brisa marina, donde los escribanos son portavoces del señor de esas haciendas llamadas "periódicos".  

Al acercarse la hora de la vianda señalada por los amos del lugar, se dirigió a la que parecía ser la hija del mesonero que anteriormente había anunciado el horario como parte del reglamento que en derecho tenían establecido. 

     -  Joven, por favor, ¿puede tomar nota de los platos? 
   - Hasta cinco cuartos de hora pasadas las doce no aceptamos encargos, - respondió ella -. 

Extrañado, sin importancia darle al retraso, pensó el paciente hombre que quizá por una caprichosa nube el reloj de sol se habría retrasado, y  a su amigo recomendó que alargara un poco más el rato de ocio.
  
Puntualmente, a la segunda hora indicada, se presentó otro servidor del xiringuito, que resultó ser el padre de la anunciadora: 

      - ¿Qué va a comer? , - preguntó de una manera un tanto imperativa -. 
    - Espere un momento, por favor,  a que vengan mis amigos, - pidió el viajero -.

Subido de tono, y no de una forma considerada, mejor decir de no buenas maneras, y fuera de lugar, al transeúnte que había aguardado pacientemente, le conminó. 

      - ¡ Aquí se viene a comer y no pueden retrasarse!. 
     - Oiga, - dijo entonces el increpado -, he pedido a la primera hora indicada que tomaran nota. La contestación ha sido que esperara, y ahora Vd. me exige lo contrario. Tan solo le pido por favor que espere un poco  a que lleguen mis amigos.

El empleado marchó, no de muy buen humor, cosa normal para personas que del trabajo hacen calvario, pues mala sangre crea quien trabaja en el buen oficio de servir, y considera que él es quien debería ser sercvido, y aquel en lugar de camarero considerase un hidalgo  que da de comer al necesitado olvidando las monedas que percibe por la altruista manera que él cree proceder.

Aquel hombre, en este caso el cliente que así denominaremos a continuación, acostumbró durante su ya larga existencia a recorrer pueblos y villas de toda la hispana geografía, y también de extranjeros países, donde harto ha sido de comidas de viaje, banquetes y cuchipandas, y apercibido del ambiente que no gustaba, pensó lo más acertado: levantarse y “tomar las de Villadiego”, pero no gustaba tal proceder por consideración al niño de cinco años, que culpa no tenía, y también a su padre ajeno al incidente, y “ojos que no ven…”. En ese instante de duda se acercó el amigo y comunicó sus apetencias, y lo que al niño convenía; así fraguó la mala decisión de participar sin querer en el sainete que se avecinaba. 

Mientras todo esto sucedía, vecinos del lugar y caravanas de gentes de raras costumbres y diversos países en abundancia habían acudido. Extrañas personas de variadas teces: blancos, negros, aceitunados, predominando el rojo langosta, y con escasa indumentaria: varones con raros calzones, algunos muy ajustados que a las damas hacía desviar la vista; recíprocamente ellos por la exigua vestimenta, que apetecía no ciertamente contemplar por sus adornos, bordados, sedas o estampados… Así en brevedad se llenó el refectorio, que hizo comprender al cliente las prisas por dar de comer y doblar los comensales con las pequeñas mesas que disponían. 

Procedió en consecuencia a encargar la vianda, que fue agrado del  cantinero, y tornó con una copa de cerveza invitación de la casa para olvidar el incidente. La disculpa fue bien recibida porque siempre es de agradar lo que bien pudiera ser el propósito de reconducir un  entuerto, aunque no se aceptó la bebida por no apetecer, y en el fondo no ser de buen agrado, por lo que en la mesa se quedó.

Así, una vez ocupados los lugares, comenzaron a servir parte de la vianda encargada: dos raciones de sardinas, bien presentadas en formación oblicua de a dos adornada con escarola para disimular el tamaño (más cerca de sardinillas), servida en pizarra rectangular de buen tamaño; una cazuela de mejillones sobre un plato; una cumplida ración de papas bravas (con salsa bicolor); bebida parecida a zarzaparrilla y vino. Todo ello rápidamente depositándose fue en una mesa de reducidas dimensiones, más tres platos, vasos, cerveza que estaba sin retirar, y cubiertos, con las servilletas bajo el plato para no ocupar espacio inexistente, salvo la jarra de vino que por razón obligada tuvo que dejarse sobre el suelo.

Ya acomodados, el comer iban a iniciar cuando se presentó la camarera con el segundo plato, y sosteniéndolo como si suspendido sobre los comensales esperara a que el más atrevido con clarividencia imposible dónde ubicarlo lo cogiera, el viajero cometió la insensatez, y osadía de decirle: 
   
       - Si no le importa, espere un poco para servirlo, por favor. 
       - ¿Y dónde lo dejo?, respondió. 
       -  No lo sé, pero al tratarse de un plato frío en la misma cocina. 
       - Yo no respondo de lo que pase con el plato ¡?¿! - contestó mal humorada     sin moverse-. 
       - Pero, ¿qué quiere que hagamos con el plato, si no cabe en la mesa?, – indicó el viajero -.

¡Horror! Posible es que mesa o plato fuera la cabalística palabra que produjo los encantamientos del mago Frestón sobre ella, porque como si de negros nubarrones el cielo se cubriera, oímos como aquilones bramar, dirigiendo de manera desafiante el índice de su diestra mano hacia la salida: 

        - ¡Oiga! ¡Yo soy una empleada y no estoy aquí para que me falten el respeto ! Si no están a gusto, ya pueden largarse…! 
       - Joven, no entiendo nada de lo que está ocurriendo, pero deje el plato donde quiera, y seguiremos aquí comiendo por  el niño, - respondió atónito,  y sin alzar la voz el viajero-. 

Cabe recomendación hacer: no discutir con mesonero antes de traer la cuenta, ya que en la cocina preparando lo que haya de servir uno queda ciego y expuesto su paladar… Por ello recomendable es que si llegando a una venta, y en lugar de empatía se encuentra antipatía, como es el caso, por el dueño o sirviente del mesón, mejor es lo posible hacer  comprar hogaza, tocino, y con buena jarra de vino bajo un pino disfrutar.  Motivos suficientes para no esperar el regreso del plato por servir; cosa que importancia no tiene por acabar la fiesta en paz.

Sin finalizar el segundo acto de la comedia,  apareció a la diestra del viajero un brazo, que al completo de tatuajes continuaba vestimenta a rayas que culminaba tocado con un raro, también a rayas, especie de gorro a la usanza de trovador. Por la hediondez de ascuas, sardinas, y quien anda entre pucheros, sin lugar a dudas, era el cocinero, y por la manera de actuar tratábase del propietario, del que en principio, por lógica, se esperaba una disculpa, pero no, al contrario, espetó: 

         - No permito que traten mal a mis empleados, ¿cuál es su problema?. 
      - No, el problema es de Vds., nosotros solo queremos finalizar la comida tranquilos. 

Por parte de los compañeros de viaje, al contrario del equipo mesonero,  se evitó alzar la voz para procurar mantener al niño ajeno al bucanero ambiente del lugar, que arreció al acercarse el  otro sirviente del local, padre de la “ofendida” muchacha, tal que si el de la vestimenta le hubiera gritado: “a mí el tercio”, y aquel, por costumbre de los de Flandes como si excombatiente de la batalla de Bicocca fuera, de manera más servil que servicial, respondiendo a la inexistente llamada, presto se acercó, como si para amedrentar a las víctimas del entuerto quisiera, y al que en esa actuación hacía de alférez  le susurró:

        - ¿Algún problema, Jefe? 
        - No, no pasa nada, - le respondió-. 

Ya en el tercer acto, el niño tomando un helado envuelto (sin peligro), y su padre finalizando la comida, se acerca el veterano de los tercios y vuelve a preguntar, al mayor de los sufridos comensales, como queriendo arreglar el oprobio: 

       - ¿Qué ha ocurrido? 
      -  Ante todo, innecesario es hablar fuerte, y mejor se entienden las personas sin alzar la voz como acostumbran Vds., y Vd. sabrá lo ocurrido, porque yo solo sé que este dislate me ha fastidiado la comida. Nada más, - respondió el viajero -
                         
Y así,  casi finalizó el sainete.


Ahora, llega el desenlace en el siglo XXI, que por la formación acostumbrada del personal de hostelería, o el adiestramiento del propietario del establecimiento en ausencia de aquella, no acostumbran a recibir tal trato los clientes.

Una vez finalizada la comida el niño, que por suerte no se percató de casi nada, se pidió la cuenta.  La trajeron y dijeron que no habían cobrado el sushi (encabronado  plato, culpable pasivo  de la sinrazón y desatino del propietario, el camarero, y de la hija). Mientras llegaba la nota se consideró que lo más acertado, para evitar a todos  tener que soportar todo el rollo de la hoja de reclamaciones y cumplimentarla mediando posibles discusiones, sería más conveniente escribir  con tranquilidad al organismo correspondiente exponiendo la justa queja. 

Como quiera que intentaban cobrar con un ticket de caja donde constaba solo platos, e indicando el importe total verbalmente,  antes de pagar fue reclamada una factura detallada que indicara nombre, dirección y NIF del establecimiento. Marchó deprisa el camarero, y casi menos tardó en regresar el propietario con la nota en la mano, y  un asombroso  repentino cambio de personalidad. Como si se hubiera mutado en lo que debería ser, amable hostelero, dijo que lamentaba lo sucedido recordando, para congraciarse,  que no había incluido el (maldito), sushi. Como no procedía agradecer favor alguno no se aceptó la atención, abonando el plato en forma de propina, y reservar el derecho a corresponder como merecían por el desagradable trato recibido. Se despidió, el que, sí no propietario, actuaba como jefe, basando sus disculpas en falsas justificaciones. Me gustaría, en ocasiones, ser psicólogo, o más bien antropólogo para  satisfacer mi curiosidad por comprender los motivos del absurdo proceder de las raras especies que cohabitan con nosotros.  ¿A qué se debería ese cambio? Se admiten opiniones...

A pesar de los años, no existe en el recuerdo suceso  igual, y solo compensa lo bien que se lo pasó el amiguito ajeno a las groserías de unos pésimos profesionales que mal regentan un  merendero en un privilegiado lugar...






  

miércoles, 19 de julio de 2017

VIRGEN DEL CARMEN 2017


El Silena portando la Imagen, escoltado por el Torne Fortuny.
El que suscribe espera con ilusión esta festividad a la que tantos años ha sido puntual. ¡Fiesta grande de la gente de la mar! Quizá quienes más lo celebran son los de oficio: pescadores, mercantes y Armada. Cada uno a su estilo, como mejor le place, unos con posibilidad de más fasto, otros con más sencillez, pero la mayoría sin faltar su procesión por el mar acompañando a la imagen autoridades, representantes de la cofradía, familiares y cura; tras ella patrullera de la GC, y en Torredembarra, Jesús con su embarcación de la Policía Local;  después el resto de la comitiva. Desde la playa de Baixa Mar los vecinos la contemplan, y esperan el regreso de la Virgen a la parroquia de Sant Joan Baptista. Culmina la fiesta con los acostumbrados fuegos artificiales.

El Eureka, y el Tom con otro velero del puerto.
Este año las jovencitas Pamela y April desde el Ñeque han contado respectivamente 46 y 44 embarcaciones, o sea 45 los participantes...

Quimelu en primer plano

Para empavesar los barcos, no es necesario adornarlos como los camiones pakistaníes. La armonía entre sencillez y economía está el buen gusto: muestra de ello el Quimelu, que ha sido el más abanderado de la flota con guirnaldas adquiridas en el Chinatown de Torre. (Origen del empavesado.)

El Trapella 

Como de costumbre, la salida con un pequeño retraso: el mosén se aprovecha una vez al año alargando el sermón  para los pescadores...

Está aumentando el interés por participar en este tipo de eventos, lo que se acepta con agrado y signo de progreso. La celebración de tan atávicas costumbres siempre es bienvenida. Dice mucho a favor de una sociedad que cuenta y respeta tan ancestrales tradiciones, las celebra y disfruta en un alegre, amigable y fraternal ambiente.





viernes, 30 de junio de 2017

UN BARCO LLAMADO BLAS DE LEZO


Recientemente ha salido a la palestra una investigación  de la Guardia Civil sobre unos supuestos delitos cometidos por malquistos españoles relacionados con el Canal Isabel II.  Los investigadores bautizaron la operación con  el nombre Lezo por la conexión del Almirante con Colombia, donde parece ser, como dicen los calós, choraron y se repartieron algunos la guita. Ello me ha recordado las hazañas de este marino, sobre todo la heroica defensa de Cartagena de Indias, donde, después de las vicisitudes y el sufrimiento que le costó la vida al poco tiempo de la victoria, fue también víctima de la mezquina calumnia compañera de envidia de los mediocres que no soportan la sombra de los grandes hombres. Como acostumbra, una vez muerto, prevaleció la verdad y se reconocieron todos sus méritos. Una ejemplar vida al servicio de los españoles, tan dados a exaltar los éxitos de otros países restando importancia a los propios.  

El almirante D. Blas de Lezo y Olavarrieta, vasco de Pasajes, era también conocido como Mediohombre (aunque los güiwols los tenía más grandes que el caballo de Espartero): a los 15 años en la batalla naval de Vélez Málaga una bala de cañón le alcanzó en la pierna que tuvieron que amputarle en vivo; 3 años más tarde defendiendo Santa Catalina de Tolón una esquirla le vació el ojo izquierdo; y en el asedio de Barcelona una bala de mosquete le dejó manco del brazo derecho. Clara la explicación del acertado mote y difícil de ocultar, salvo sus enemigos que lo presentaron como un un hombre entero y genuflexo (con pata de palo), ante su feroz enemigo almirante Vernon en la medalla que acuñaron para conmemorar una victoria sobre Blas de Lezo, que no fue tal, sino una humillante derrota del almirante Edward Verner y SM.

Fortaleza de San Felipe de Barajas con la estatua de D. Blas de Lezo
Corría el año 1737, y en la Sala de los Comunes de Inglaterra el pirata Robert Jeckins relataba como navegando por las costas de Florida con su navío Rebecca fue abordado por el guardacostas español Isabela  del capitán Fandiño, al cual no le bastó con castigar al  contrabandista cortándole la oreja (suave pena para la época), sino que se atrevió a decirle  que lo haría con el rey de Inglaterra navegando sin permiso por aguas españolas. Este incidente fue una excusa para iniciar otra guerra contra España con el propósito de acabar lo que con el corso no podían: el dominio comercial español en el Caribe.


El mayor desembarco conocido hasta el de Normandía
Después de varios intentos por conquistar Cartagena de Indias rechazados por la guarnición y  los 6 navíos de línea que disponían, prepararon para acabar definitivamente con la resistencia española una escuadra de 186 navíos (muy superior a la Armada de Felipe II), con 27.000 hombres, 4.000 reclutas de Florida mandados por Washington (hermano del libertador), y 2000 cañones,  bajo la autoridad del almirante Edward Vernon, prestigioso marino inglés que conocía bien, y le tenía ganas sino venganza a Blas de Lezo, hombre curtido en más de 20 batallas.


Ingleses y holandeses consideraban a Blezo un hombre maldito
 por las  pérdidas sufridas frente a él.
Gracias al valor de los defensores, la estrategia defensiva de Blas de Lezo, imponiéndose al criterio del Gobernador de la Colonia, las  escaramuzas y su ingenio (uno de ellos consistió en unir dos balas de cañón con una cadena que hacía más certero el tiro desarbolando los navíos), fracasó el mayor desembarco conocido en la historia hasta el de Normandía en 1945.

Duró el sitio del 13 de marzo al 20 de mayo.  Ya extenuados  los cartageneros,  después de repeler varios intentos, esperaban su final con el asalto definitivo al castillo. Previamente, una nueva astucia de Lezo, como resultado de la información recibida por dos soldado de la guarnición que habían fingido desertar, hizo excavar un foso alrededor del castillo para evitar que las escaleras alcanzaran la altura necesaria, produciendo en ese último intento  una gran mortandad a las tropas de Vernon. Aprovechando ese desconcierto, ya desesperados, Blas de Lezo  ordenó abrir las puertas, y atacar a bayoneta.  Despavoridos los ingleses  huyeron por el cerro de San Lázaro, y embarcaron con cuantiosas pérdidas. No obstante, después de la derrota estuvieron durante 30 días bombardeando el castillo de San Felipe de Barajas hasta que le ordenaron que cesara de hacer el ridíciulo.

Vernon, al inicio del desembarco conquistó el castillo de San Luis y otras fortificaciones. Eufórico y vanidoso, llevado por la venganza de las batallas navales perdidas frente a D. Blas, se anticipó a anunciar la conquista de Cartagena de Indias en una carta dirigida a su esposa.  El rey Jorge II, contagiado y viéndose poseedor de la fortuna que necesitaba para reponer sus exiguas arcas, ordenó acuñar  medallas conmemorativas de su quimérica victoria, una de ellas arrogante con la leyenda “el orgullo de España humillado por el Almirante Vernon”.
Medalla homenaje a una victoria que fue una derrota .
Hay varias unidades en el Museo Naval de Madrid.
 El balance de la contienda fue por parte inglesa de 11.000 muertos y 750 heridos; 1.500 cañones abandonados; navíos hundidos o inutilizados, 6 de tres puentes, 13 de dos, 4 fragatas  y 27 transportes.  Los españoles perdieron 5 navíos quemados por ellos mismos, 1.200 muertos  y 800 heridos.Tal fue la humillación de la derrota,  que el rey Jorge II prohibió que se hablara o escribiera  sobre la batalla.  Así,  ha pasado desapercibida como si no hubiera existido esta gran victoria, digna de un lugar de honor en la historia militar universal. Lo lamentable:  desconocida también hoy por la mayoría de españoles. 

dio-hombre-contra-imperio/1047826.shtml

La Armada Española acostumbra a bautizar uno de sus más modernos buques con el su nombre: Blas de Lezo.

La moderna Fragata Blas de Lezo
de la serie F103

Videos sobre Blas de Lezo y Cartagena de Indias

Libros recomendados:
El día que España derrotó a Inglaterra de Pablo Victoria.
HEROE DEL CARIBE J. Pérez Fonse